El viaje y el timón.


Si tuviera que describirte con palabras como me siento ahora, te diría que cansada, perdida o quizás a punto de soltar el timón. Pero no lo sé con exactitud. O bueno quizá sí, pero no lo quiero aceptar, ya que aceptarlo  sería reconocer que una parte de mí ya no sabe qué hacer ni cómo actuar. Aceptar lo que internamente se me está susurrando, sería eso mismo: escucharlo.  Y ambos sabemos que siempre fui de oídos necios si hay sentimientos o mi voz de por medio. Que virtud tan comprometedora que tengo conmigo misma...

Antes de subir por última vez – y de vuelta- al barco, me preguntaste si realmente estaba dispuesta a subir. Yo misma sabía que este viaje iba a ser largo y algunas veces tedioso al comienzo, pero estaba segura que cada minuto valdría la pena si es  que finalmente me llevaría hacia donde siempre soñé.  Simplemente te respondí diciendo que sería yo quien tomaría el timón en este viaje.

No te voy a mentir, desde que subí sentí correntadas de aire frio y el mando parecía estar algo tieso. “Tan sólo es cuestión de tiempo” me repetí una y otra vez, esperando a que -de nuevo- el calor de mis manos logre ablandarlo.

En el camino, aclaramos un par de reglas de convivencia que servirían para que nada se torne un deja vú. Vos querías creer que yo podría manejarlo y yo, quería demostrarte que podía ser capaz de eso y mucho más.

Pero a casi un mes de estar parada frente al timón, observo una neblina que, extrañamente, solo se encuentra dentro del barco.  Comienza a hacer más frio en él y la temperatura todavía no se estabiliza. Prefiero nada más enfocarme en mi dirección.

No quiero soltarlo porque soy consciente que implicaría verte dar la vuelta o verme darla a mí, pero tampoco sé si quedarme cuando siento que la marea se está convirtiendo en hielo y mi cabeza, un reflejo de la película “El Náufrago”.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Voces.

Última partida

Tu último recuerdo